“Se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel” (1 Corintios 4:2).
Dios provee los recursos, nosotros hemos de “manejar” Sus riquezas.
Jesús dio dos ilustraciones que enseñan cómo juzga a Sus “siervos” desde la perspectiva eterna.
Se les entrega una “mina” por igual a todos los siervos del Señor (Lucas 19:11–27).
Un hombre noble se fue lejos para recibir un reino, pero les dijo a sus siervos que “negociaran” con una misma cantidad de dinero hasta que volviera. Antes de que se fuera, le dio a cada uno de los diez siervos una “mina”. Una mina (griego: mna) era una moneda equivalente a 100 dracmas griegos. Un jornalero ganaba una dracma por día de trabajo, así que podían negociar con el dinero de unos cien días de trabajo.
Cuando el propietario volvió, juzgó a los siervos sobre cuántos rendimientos o beneficios habían producido ellos con su dinero. No hay ninguna indicación de que esperara que los siervos usaran ese dinero para sus propias necesidades. El hombre noble dio recompensas de autoridad en proporción a la eficacia del siervo en invertir el dinero. Las minas del primero y segundo siervos produjeron 1.000% y 500% respectivamente y ellos recibieron autoridad sobre diez y cinco ciudades. Pero, empobreció al siervo miedoso y dio su “mina” al siervo más eficaz. Aunque ese siervo confesó que fue el miedo que produjo su desobediencia de no invertir el dinero, en realidad, era su mala actitud para con el hombre noble. El contexto indica que era uno de los conciudadanos que le aborrecían y habían enviado tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros (v. 14). Le culpa de ser “hombre severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste” (v. 21).
Estas son expresiones proverbiales de como ganar a través del esfuerzo de otros. Incluso, no quiso que el hombre noble, ahora rey, ganara absolutamente nada de su inversión, guardándolo en un pañuelo para que no recibiera los intereses que proporcionaran los bancos. El hombre noble, ahora vuelto de su viaje como juez, le trata al siervo inútil exactamente como su actitud manifestaba, ”un hombre severo”, y le juzga por su propia boca.
Los “talentos” se otorgan en proporción a la capacidad de los siervos (Mateo 25:14–30).
A los siervos se les dio diferentes cantidades de dinero, “talentos”, reconociendo sus distintas capacidades. Un talento (griego: talanton) era equivalente a 6.000 dracmas, así que recibían una cantidad considerable de dinero. El dueño se fue lejos y volvió “después de mucho tiempo”. Los siervos debían invertir el dinero para el beneficio de él. La recompensa se basa en su fidelidad en el uso del dinero, no tanto en los beneficios que habían ganado. Porque habían sido fieles “sobre poco”, se les pondría “sobre mucho”. El siervo inútil es juzgado como en el caso anterior. El dueño le trata según la actitud que tenía para con él que de pura gracia le había dado “talentos” y la capacidad para hacerlos rendir beneficiosamente para él. Le reprocha por no haber entregado el dinero a los banqueros para por lo menos recibir los “intereses”, se lo quita y se lo da al que tiene diez talentos y le despide de su presencia relegándole a “las tinieblas de afuera”.
Conclusión
Los siervos están siendo probados para ver si son aptos para tareas más grandes. La parábola de los talentos nos recuerda que todos tenemos dones distintos; la de la mina, que tenemos una tarea básica, la de vivir nuestra fe. El hombre cuya abundancia demuestra que ha hecho buen uso de lo que tiene, recibirá más. El que no tiene porque no ha hecho uso de las oportunidades que recibió, perderá lo poco que tiene y será castigado por su mala actitud. En la vida cristiana no podemos quedar parados. O usamos nuestros dones y progresamos, o perdemos lo que tenemos.