Todos hemos vivido la experiencia de las reuniones de vecinos en una comunidad. Siempre hay asuntos que tratar, problemas que
resolver, decisiones que tomar, responsabilidades que cumplir y dinero el cual pagar. Muchas de estas cosas derivan en discordias y peleas, fricciones inútiles que solamente son estorbo y decadencia para todos.

Muchas veces en una comunidad de vecinos no son los problemas o asuntos que resolver los que llevan a la catástrofe, ni los distintos puntos de vista u opiniones que se tengan, sino la actitud que se toma ante los problemas y las personas. Las malas actitudes sólo llevan a más problemas, rencores y malicias, y a juicios erróneos.

Había una comunidad de vecinos que tenía problemas como en tantas y tantas otras. Uno de ellos era el tema de la limpieza. Estaba estipulado que cada vecino limpiaría su trozo de escalera y luego le tocaría limpiar cada semana a uno la entrada del edificio. En especial se destacaban por su mal entendimiento dos personas. La relación de estas dos personas era bastante dificil. Una vivía encima de la otra. Así que, las llamaremos “la de arriba" y “la de abajo“. La señora “de arriba“ apenas limpiaba su trozo de escalera, el cual llegaba hasta el rellano de “la de abajo“. La escalera sucia molestaba terriblemente a la señora “de abajo“ la cual soportaba la suciedad que muchas veces caía a su propio trozo de escalera. A veces las confrontaciones de estas dos mujeres eran bastantes fuertes. Llegaban a palabras duras y cortantes. “La de arriba“ pasaba de todo, aunque ya había recibido la queja de otros vecinos. “La de abajo“ se carcomía en su ira llegando a una obsesión desmedida, pero así estaban las cosas. La peor parte la llevaban los otros que vivían más arriba, los cuales tenían que aguantar la precaria conservación de la escalera pasando una y otra vez por ella para poder subir a sus casas.

Un día que le tocaba la limpieza de la entrada a otra vecina, al bajar vio que la suciedad del trozo de escalera de “la de arriba“ era tal que aunque no le correspondía, decidió limpiarlo. Ese día la señora “de abajo“ tenía visitas, unos familiares que habían venido a visitarla. Estaba con ellos cuando oyó el ruido que hacía la escoba. Se asomó por la mirilla de la puerta y vio que alguien estaba barriendo. Al asomarse por la mirilla, por la posición en que estaba la señora barriendo, sólo pudo ver, a la altura de la escalera de “la de arriba“ unos pies y la escoba en movimiento, y exclamó: ¡Vaya, ya se decidió a limpiar! Enseguida empezó a hablar a sus visitas de que aquella que barría era “la de arriba“, la que nunca limpiaba. Empezó a contar a sus familiares y describir con palabras fuertes e insultantes a esa persona que barría, sin darse cuenta que no era la persona que ella creía que era.

La señora que limpiaba fue bajando y siguió limpiando. Estaba ya en la entrada en el postigo cuando los familiares de “la de abajo“ salieron de su casa. Al bajar la señora que limpiaba les saludó cordialmente, pero no obtuvo respuesta, sólo una dura mirada. Quedó muy extrañada que aquellos la mirasen con tanto desprecio. La señora “de abajo“ poco después se dio cuenta de su error y pidió disculpas a la señora que limpiaba, pero ya era muy tarde. Las aguas sucias que soltó manchando la reputación de esa persona ya estaban muy lejos. Si mal está propagar algo de alguien, aunque fuera verdad, ¡cuánto más siendo una mentira! Quizás, otro día las visitas de la señora “de abajo“ viesen a esta señora que limpiaba en algún otro sitio y contasen a sus acompañantes lo sucia e indeseable que era. Así las aguas sucias llegarían más lejos, produciendo aún más grande mal, y todo por ver unos pies en la escalera y juzgar precipitadamente.

Cuidémonos de recordar siempre lo que el Señor nos dice: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio“ (Juan 7:24). Tengamos cuidado de condenar sin saber, de sacar conclusiones erróneas y contarlas como verdades, de añadir o tergiversar las palabras y las acciones. Cuidemos de soltar aguas o recogerlas de otros. El Señor nos dice: “...Ni participes en pecados ajenos” (1 Timoteo 5:22).

No tenemos que sentirmos como los que tienen que impartir el juicio de algo como si así no fuera, quedara impune. El Señor juzgará un día, y todo saldrá a la luz, es sólo cuestión de tiempo. Mientras tanto, el Señor nos dice: “...Según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos y mayormente a los de la familia de la fe“ (Gálatas 6:10). Ello traerá no sólo bendición para la iglesia, sino para nuestros corazones.
—Isabel Martínez

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